jueves, 15 de febrero de 2007

Los imparciales terrenos del mundo



A mi alrededor pululan campos y campos de luciernagas. Allí estan los duendes con sus pequeños fasos. Todos se fuman a la noche; todos tiran para la Pacha Mama. Entonces me miran y me preguntan: ¿qué hiciste hoy por la luna?
Yo pienso y me destornillo los sesos, porque tienen razón. Si ella bebe los besos porque yo solamente le permito que comparta mi camino. Debo hacer algo hoy por la luna. Tengo que calmar mi naturaleza bárbara. Debo evitar que mi baba toque los pies cansados de caminar en espiral. Espiral cuyo centro es mi propio ombligo traicionero. Ese que aún se cree el sabio maestro de su generación. Ese desprovisto de escudos contra los golpes academicos. Creyó que el placer lo arreglaría todo.
La noche ciega la simetría vaga de mis calzoncillos de lata. Sueña con tocar mis manos ajadas por la lapicera. No me mira. Ya dijo todo lo que tenía que decir aquellas noches en que le pidió al sol para quedarse un rato más conmigo y llenó mi mesa con frutas maduras para luego arrodillarse a contemplarme. La otra no me pregunta por la luna. Le tiene celos, sabe que le guardo un lugar especial en mi cofre rojo.
Los árboles aún lucen altivos las cicatrices que les dejé con mi navaja. Aquellas que garabateaban los nombres de las lunas. Pero he de descubrir con el tiempo que el espejo que usé para entrar en esta realidad estaba rajado en una parte y es por eso que transito este camino desdoblado, sediento de sangre y piel de luna. Esa que se oscurece al sol y se vuelve polvo en la playa.
La luna tiene que saber de mi.

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